
Actualizado el lunes, 9 diciembre, 2019
Al sur de la ciudad espera una de las más encantadoras sorpresas que esconde Milán: los canales artificiales en los que trabajó el mismo Leonardo Da Vinci. Ahora son el centro de la moda vintage y el lugar preferido de los milaneses para su cita con el indispensable aperitivo. El barrio de Navigli cuenta con dos canales importantes: el Naviglio Grande y el Naviglio Pavese. Una zona de recreo que marca la novedad dejando atrás los prejuicios de ciudad gris de la región lombarda.
Allí es posible dar agradables paseos a lo largo del recorrido del agua y acercarse a su historia. Los canales sirvieron en su momento para transportar el mármol que recubre la fachada del Duomo.
Aunque ahora no se utilicen para la navegación se pueden reconocer otros usos pasados. En una de las calles que sale del Naviglio Grande hay una hermosa lavandería antigua que aún conserva su estado original.
Sin embargo, se crea una atmósfera homogénea entre la historia y lo actual. Las terrazas inundan las calles y se respiran aires de modernidad.
Es muy recomendable visitar el mercadillo que tiene lugar el último domingo de cada mes. Cientos de puestos se instauran en los límites de los canales y en las calles perpendiculares. Unos seguidos a otros ofrecen al visitante la oportunidad de encontrar muebles antiguos, joyería, cuadros y ropa de segunda mano.
Las calles están llenas de gente que completan su estilo. Indagan por allí para conseguir la pieza más vintage. Y no solo en el mercadillo. Las tiendas han aprovechado esta moda para convertirse en el paraíso de cualquier moderno.
El aperitivo, la clave
También lo han hechos los bares y cafeterías. A diferencia con otros puntos de Milán, aquí los locales cuidan mucho la decoración, trasladando a los clientes a distintos y agradables ambientes.
Cae la tarde y con ella llegan los aperitivos: el acto social más típico de la provincia de Milán. El barrio de Navigli es uno de los más populares para hacerlo. A partir de las seis y media de la tarde los bares ofrecen bebidas (entre 6 y 8 euros) con una especie de ‘buffet libre’.
Cada uno se sirve lo que quiere y cuanto quiere. Los platos son variados. Pasta, pizza, embutidos, carne, ensaladas, arroz y varios postres. Un aperitivo muy abundante que puede servir perfectamente de cena, y una oportunidad para probar el cóctel estrella: el Spritz.
Esta bebida de color rojo anaranjado es una mezcla de gaseosa y vino blanco acompañado de dos licores italianos, a elegir uno: Campari o Apérol. El primero es de un sabor más amargo que el segundo. Se sirve con hielo y media rodaja de naranja.
Aún así, la oferta de cócteles es muy variada y abundante. Los camareros dan a elegir entre una extensa carta en la que es fácil perderse pero también encontrar tu preferido. Las mezclas sin alcohol, hechas con diversos zumos de frutas, suelen ser también muy buenas.
Cerca de los canales y pasando por la antigua Porta Ticinese, se llega hasta las Colonne di San Lorenzo. Son los restos de una antigua construcción romana a la que se ha dedicado una plaza. Es un lugar de mucha actividad nocturna, también llena de terrazas.
Detrás de estas columnas de estilo corintio se encuentra el Parco delle Basilique. Un rincón de paz dentro de la bulliciosa Milán. En este parque se encuentran dos iglesias: la Basilica di San Lorenzo y Sant’Eustorgio.
Cruzando de nuevo el Corso di Porta Ticinese se puede acceder al Anfiteatro romano y seguir viajando por el antiguo imperio, cuando Milano era conocido como Mediolanum.
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