
Actualizado el lunes, 16 diciembre, 2019
El Duomo de Milán
Ver por primera vez el Duomo entre las calles milanesas y llegar a sus pies produce una verdadera sensación de inmensidad. Un hermoso y gigante halo blanco ilumina la ciudad en su centro, entre palomas y vendedores ambulantes.
Siglos de historia han modelado el estilo de una de las catedrales más grandes, y a su vez, más impresionantes del mundo. La principal duda al observarla y visitar sus entrañas es definir para ella un periodo de la historia.
Desde que empezó a construirse en el 1386, por orden del arzobispo Antonio da Saluzzo, y hasta que la dio por terminada Napoleón, ha pasado por diferentes estilos arquitectónicos, y no ha podido librarse de los andamios hasta ahora por labores de restauración y limpieza.
Y es que aún quedan algunos, como los que envuelven los pilares de la Madonnina. Pero ya se puede disfrutar de la fabulosa fachada neogótica, sus inmensos contrafuertes y arbotantes, decorados hasta el más mínimo detalle.
Los milaneses dicen que cuando llueve, el Duomo se vuelve más blanco que nunca. Eso es debido a la piedra empleada, un mármol rosado que parece dar el efecto de aclararse al contacto con el agua.
Ese contraste deja relucir aún más a la virgen, uno de los símbolos de Milán: La Madonna, el punto más alto de la catedral. Revestida en cobre dorado deslumbra entre la niebla típica de la región italiana.
Lo más cerca que se puede estar de ella es accediendo a la parte superior de la catedral a pie o en ascensor. El precio es de 5 y 8 euros respectivamente. El visitante puede pasear por sus tejados viendo más de cerca sus esculturas y sus trabajadas ornamentaciones en los chapiteles, pináculos y gárgolas.
Una experiencia recomendable para ver el paisaje urbano milanés, mejor en días soleados. Y otra manera de admirar la Piazza del Duomo, las Gallerias Vittorio Emanuelle II, Palazzo Reale, el Palazzo dell’Arengario y un edificio de formas curiosas: la Torre Velasca.
También puede visitarse el interior, esta vez gratuitamente, y así descubrir los secretos góticos que esconde. Es posible contratar distintas visitas guiadas temáticas. Aunque tienen lugar todo el año, se recomienda reservar.
La escultura de San Bartolomé de Marco da Agrate es una de las obras más importantes que alberga la catedral. Se revela sorprendente al final del recorrido por su impactante efecto. En ella se muestra al santo con la piel colgando de los hombros.
A pesar de la tenue iluminación del interior, llaman la atención las enormes vidrieras. Tras un concurso de artistas en diciembre de 2010, se decidió iluminarlas por las noches, creando un ambiente mágico en la piazza.
Otra de las visitas indispensables en el Duomo es la entrada a la cripta donde se encuentran los restos de San Carlo Borromeo, arzobispo de Milán en el siglo XVI. También se puede conocer el Tesoro de la catedral, que ayuda a comprender mejor su historia.
Una vez terminada la visita, se invita al turista a observar las puertas de la catedral y los pasajes de la biblia allí esculpidos. Algunas de ellas descoloridas de la cantidad de manos que han tratado de encontrar allí su suerte.
Tras la visita al Duomo nos situamos en el centro de la plaza. Un buen lugar para ver los edificios emblemáticos que se reúnen en su plaza desde una perspectiva diferente, y conocer la cantidad de tiendas y bares que se mezclan con estos monumentos.
Renovada completamente debido al proyecto de las galerías en 1860, la plaza cuenta con la escultura ecuestre dedicada al rey Vittorio Emanuelle II, primer rey tras la unificación de Italia.
¿Te gustó este artículo?
Valóralo
Nota media 5 / 5. Votos recibidos: 1